Brendan Fraser ríe y llora, pero se lleva un Óscar

Entre finales de los años noventa y principios de los dos mil, Brendan Fraser (Indianápolis, Estados Unidos, 1968) realizó sus actuaciones más célebres en comedias odiadas y recordadas por igual, la mayoría de las veces interpretando personajes que transmitían una pizca de pena ajena, que se comportaban guiados por un instinto torpe, con un sentido del humor que rozaba lo ridículo.

En esa época si ibas a una sala de cine podías ver su rostro en los carteles promocionando una comedia de aventura extravagante e insufrible. Al público le generaba simpatía su sonrisa carismática que cada estreno detonaba un gran estallido de taquilla. Pero a medida que su imagen se fue multiplicando en una racha de malas decisiones, los detractores crecieron más que los seguidores y acabó siendo un referente de un producto flojo, de algo de lo que resultaba mejor huir.

Fraser pasó de ser un actor principal a protagonizar una docena de películas de las cuales él mismo seguro debe sentir vergüenza; de ser una figura visible a prácticamente desaparecer por completo. Eso sí, eventualmente sus películas seguían en la televisión, una y otra vez, como un producto para rellenar la parrilla de un domingo.

“En ese momento era cuestión de vida o muerte. Era un joven ambicioso, pero en este momento siento que no tengo nada que demostrar. Por todo lo que hice para el este personaje de The Whale, me he quedado sin estrategias”, le dijo al New York Times sobre su pasado y presente en el cine.

Con el papel en The Whale (La ballena), filme dirigido por Darren Aronofsky y con el cual ganó el Oscar a mejor actor, Fraser ha resucitado. La historia de su caída –el actor atravesó las tormentas de un costoso divorcio, lesiones provocadas por años de agotador trabajo como doble de acción y fue víctima de una agresión sexual–; la mezcla de la vida del actor y el personaje que interpreta son los ingredientes secretos que promocionan a la película. Hoy nadie aplaude la risa de Brendan Fraser, sino sus lágrimas; los discursos sobre su crisis personal.

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En La Ballena, Fraser interpreta a Charlie, un solitario profesor de inglés con obesidad mórbida que postrado en un sofá imparte clases virtuales con la cámara apagada y que nunca abandona su apartamento. Su enorme peso es la consecuencia de un duelo que lo ha empujado a la autodestrucción y a una vida hermética.

Charlie utiliza su enorme cuerpo para aislarse y ahogar sus penas existenciales: la deformación como una manera de castigo. Al igual que su obeso personaje, Fraser convierte el cuerpo en una alusión de las dolencias interiores, el manifiesto a la degradación física que sufrió por las películas de aventuras. Lleva su imagen a un punto extremo y la vuelve trizas para aniquilar la visión encasillada de actor de comedias insufribles.

Su cuerpo modificado por cientos de kilos de carne sintética y capas de maquillaje nos ofrece una irremediable tentación a observar, así sea de reojo, a correr la cortina y señalar: ¿es ese Brendan Fraser?

Aronofsky se anota un logro indiscutible como director de actores y publicista: servirse de la experiencia personal del actor para crear un efecto tanto en el personaje como en el actor que lo interpreta. Y además, valerse de ello como estrategia mediática.

En todo caso, desde que existe el cine, muchos suelen sentir debilidad por una buena historia de regreso, como la de Brendan Fraser, o una historia cruda y sentimental sobre la vergüenza, la culpa y el orgullo, como la de Charlie en The Whale.

Fuente: https://contextomedia.com/

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